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"El Desafío de la Erosión en Nuestros Caminos Rurales: Hacia una Gestión Sostenible"

Por: Ing. Agr. MSc. Leonardo Vique

Los eventos climáticos que vivimos en Uruguay ponen en el foco un tema crucial para nuestro sector agropecuario: el estado de nuestros caminos rurales. Las quejas de los productores son claras y, muchas veces, justificadas. Sin embargo, más allá de la legítima demanda por un mejor mantenimiento, me he preguntado si estamos abordando la raíz del problema. ¿Cómo hemos llegado a esta degradación de nuestra infraestructura rural y estamos empleando las técnicas correctas para su conservación?

Esta inquietud me conecta con una iniciativa fascinante que he seguido de cerca: la Asociación Argentina de Caminos Rurales Sustentables (AACRUS). Este grupo, compuesto por ingenieros agrónomos, civiles, docentes y productores, ha propuesto un cambio fundamental en cómo concebimos y gestionamos nuestros caminos. Daniel Costa, presidente de AACRUS, ha señalado una verdad que resuena profundamente: existe una incongruencia entre nuestros conocimientos en agronomía sobre la conservación del suelo y lo que ocurre en la práctica en los caminos. Vemos erosión, remoción de tierra y lo que ellos llaman "caminos marrones", conceptos que van en contra de una idea real de mantenimiento.

La Realidad de Nuestros Caminos Rurales

En Uruguay, contamos con una vasta red de aproximadamente 40.000 kilómetros de caminos rurales. De estos, se estima que unos 12.000 kilómetros son de vital importancia, conectando nuestra producción con las carreteras nacionales y uniendo pequeñas poblaciones. Esta red es el corazón de nuestra economía rural y esencial para que nuestra gente pueda vivir y trabajar en el campo. La gestión y el mantenimiento de estos caminos recaen en nuestros Gobiernos Departamentales (GD).

Pero la presión sobre estos caminos ha crecido exponencialmente. El auge del sector agropecuario y, lamentablemente, la mayor frecuencia de fenómenos climáticos extremos como las inundaciones, han puesto a prueba la capacidad de conservación de esta infraestructura. Desde el Gobierno Nacional, a través de la Oficina de Planeamiento y Presupuesto (OPP), se colabora con los GD en esta tarea. Un ejemplo claro es el Programa de Mejoramiento de Caminos Rurales Productivos II (PCRP II), financiado por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Este programa tiene como objetivo rehabilitar y conservar la infraestructura, incorporando nuevas herramientas de gestión y promoviendo la innovación tecnológica.

El PCRP II es una inversión significativa, con un presupuesto total de 100.000.000 US$, de los cuales 80.000.000 US$ provienen del BID, y el 20% restante es aportado por los GD. Esto permitió  trabajar en 79 proyectos a lo largo de los diecinueve departamentos del país.

La Erosión: Una Consecuencia Directa de Nuestras Prácticas

Lo que me ha impactado al profundizar en este tema es cómo, sin darnos cuenta, nuestras propias prácticas de mantenimiento han contribuido a la erosión. Históricamente, no hemos realizado estudios profundos sobre los procesos que afectan nuestros caminos rurales, enfocándonos solo en el "aquí y ahora" de su estado. La faja de recursos naturales que es un camino rural no ha sido evaluada con parámetros de sustentabilidad ambiental.

En Argentina, la AACRUS ha documentado que el uso casi exclusivo de motoniveladoras y discos en la red vial ha provocado una erosión hídrica y eólica considerable. Es como si, irónicamente, creáramos las condiciones perfectas para que el agua y el viento se lleven la tierra de nuestros caminos hacia las cunetas y los bajos más cercanos. Las remociones frecuentes y masivas de suelo, de cuneta a cuneta, son el caldo de cultivo para la erosión. Y lo paradójico es que ni el agua ni el viento son los únicos culpables; son los vehículos. Un camino abandonado con cobertura vegetal, o la entrada a un campo, no sufre el mismo nivel de erosión.

El problema reside en la forma en que se realiza el mantenimiento: se socava tierra de las veredas (el espacio entre el alambrado y la cuneta), se la deposita sobre la calzada y luego se intenta compactar el suelo con motoniveladoras y discos. Esta técnica, sin embargo, disminuye la densidad del suelo y crea caminos excesivamente abovedados o con pendientes largas. Esas pendientes son el origen de los canales y surcos que vemos, señales inequívocas de la erosión por escorrentía. Siempre me enseñaron que, a mayor inclinación, mayor pérdida de suelo. Para minimizarla, necesitamos menos pendiente, más cobertura vegetal y una buena compactación en el centro de la calzada para que el agua fluya lentamente.

El resultado de estas prácticas es desolador: caminos que están muy por debajo del nivel de los alambrados, sin cobertura vegetal, expuestos, con esas pendientes pronunciadas que invitan al agua a ganar velocidad y provocar más erosión. Es un ciclo vicioso en el que estamos constantemente sacando tierra de los costados para reponerla arriba. Y cuando la tierra se acaba, ¿qué hacemos? Corremos el alambrado o abrimos una nueva cava. Es, conceptualmente, un disparate.

Mi Visión para una Gestión Sostenible y Participativa

Mi apuesta, y lo que he aprendido de iniciativas como la AACRUS, es que necesitamos detener esta "hemorragia de suelos". La clave está en detectar y controlar las zonas erosionadas, para que el suelo no se nos escape más por la cuneta. Al dejar de remover indiscriminadamente y al fomentar la cobertura vegetal, tal como lo hacemos en el campo, el sistema se estabiliza. Un camino no es solo la calzada; al proteger sus veredas, las convertimos en corredores biológicos que benefician a la biodiversidad, a la sociedad y, por supuesto, a nuestros productores.

Aunque en algunos casos las pérdidas pueden ser irreparables, la buena noticia es que la naturaleza es resiliente. En pocas semanas, la biodiversidad de esas veredas comienza a resurgir.

En Uruguay, el PCRP II ya incorpora un Marco de Gestión Ambiental y Social (MGAS) que busca garantizar la sostenibilidad de nuestros proyectos. Este marco establece un Sistema de Gestión Ambiental y Social (SGAS) que sigue nuestra legislación ambiental nacional y las Normas de Desempeño Ambiental y Social (NDAS) del BID. Estas normas son muy completas y abordan desde la evaluación de riesgos hasta la eficiencia en el uso de recursos, la salud y seguridad de la comunidad, la conservación de la biodiversidad, la protección del patrimonio cultural y, fundamentalmente, la participación de todas las partes interesadas.

El análisis del PCRP II me tranquiliza, ya que concluye que los impactos y riesgos de los proyectos no son significativos y que las medidas de mitigación incluidas en el Plan de Gestión Ambiental y Social (PGAS) son prácticas habituales en el sector de la construcción en Uruguay. Además, veo impactos positivos claros: la generación de empleo local y una mejora sustancial en la seguridad vial y la conectividad de nuestras zonas rurales.

Gestionar nuestros caminos rurales de forma sostenible implica un cambio de paradigma. No se trata solo de arreglar lo roto, sino de entender el camino como parte de un sistema más grande. La colaboración entre nuestros Gobiernos Departamentales, el Gobierno Nacional y el apoyo de instituciones como el BID, junto con la adopción de prácticas que respeten el entorno y la activa participación de nuestras comunidades, son los pilares para que nuestra red vial rural sea resiliente y beneficie a todos los uruguayos por mucho tiempo.

 


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