Por Ing. Agr. Leonardo Vique
Como profesional, a menudo
reflexiono sobre las múltiples adversidades que enfrentamos en el cultivo del
trigo. Desde condiciones climáticas extremas como la sequía y las inundaciones,
hasta el acecho constante de plagas y enfermedades, cada temporada es un nuevo
desafío. Entre los problemas más prominentes que tenemos que enfrentar, los
pulgones o áfidos ocupan una posición preeminente, especialmente en la fase
inicial del cultivo.
Los pulgones, con su
extraordinaria capacidad de reproducción, partenogénesis, viviparidad y notable
polimorfismo, pueden convertirse rápidamente en una plaga devastadora si no se
actúa con celeridad. He observado cómo estos pequeños insectos pueden provocar
daños significativos en el rendimiento del cultivo si no son detectados a
tiempo. Los daños que generan pueden ser tanto directos, al succionar la savia
de las hojas y liberar saliva con efectos fitotóxicos, como indirectos, al
actuar como vectores de enfermedades virósicas que pueden comprometer toda la
planta.
Desde el primer día de
implantación del cultivo, es fundamental llevar a cabo un monitoreo sostenido
para la detección temprana de pulgones, especialmente en años secos con
temperaturas templadas. Contrario a lo que se podría pensar, en temporadas
lluviosas, estos insectos suelen disminuir su presencia, lo cual nos brinda un
respiro momentáneo. Sin embargo, no podemos caer en la complacencia, ya que
temperaturas superiores a 30°C limitan su multiplicación, lo que nos obligará a
estar alerta en climas más templados.
Entre las especies de pulgones
que suelen aparecer en los cultivos de trigo, el pulgón verde de los cereales (Schizaphis
graminum) se destaca como el principal responsable en las etapas iniciales.
Desde la emergencia hasta la encañazón, este áfido se posiciona en el envés de
las hojas, y su impacto es más severo en las dos semanas siguientes a la
emergencia de la plántula. Es crucial prestar atención, ya que, con un umbral
económico muy reducido, el tiempo es un aliado en nuestras decisiones de
manejo.
El pulgón amarillo de los
cereales (Metopolophium dirhodum) se une al repertorio de amenazas desde
el macollaje hasta la espigazón, formando colonias en el envés de las hojas y
provocando un amarillamiento notorio. Este tipo de daño se traduce en la
reducción tanto de la altura de la planta como en el número de granos por
espiga, comprometiendo la calidad y cantidad de la cosecha final.
Para aquellos de nosotros que
hemos visto los estragos del pulgón de la espiga (Sitobion avenae), la
historia es aún más preocupante, ya que su ataque se concentra en la época de
espigazón, donde generan una drástica disminución en el peso de los granos.
Aquí, el monitoreo continuo es vital para el control de estas plagas.
Adentrándome en el tema del
control químico, es imperativo considerar los umbrales de daño determinados
para cada especie y el estado fenológico del cultivo. Una estrategia bien
fundamentada permite seleccionar insecticidas específicos que, además de ser
eficaces, ostenten baja toxicidad para los insectos benéficos. En los casos en
los que el ataque se produce de manera subterránea en la etapa de emergencia o
sobre la semilla, los insecticidas sistémicos resultan ser la opción más
recomendada.
En este sentido, siempre enfatizo
la importancia de consultar con un ingeniero agrónomo de confianza. La
experiencia y el conocimiento técnico pueden marcar la diferencia entre una
cosecha exitosa y un fracaso parcial o total. En el mundo del cultivo de trigo,
donde cada temporada es una nueva prueba, una toma de decisiones informada es
nuestro mejor aliado para enfrentar los desafíos que nos presentan los pulgones
y otras adversidades. Al final del día, la prevención y el manejo proactivo son
esenciales para salvaguardar nuestros cultivos y garantizar un rendimiento
óptimo.
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