MAXIMIZAR EL USO DEL AGUA EN LA PRODUCCIÓN AGROPECUARIA ES UN DESAFÍO NECESARIO PARA LA SOSTENIBILIDAD
Por Ing. Agr. Leonardo Vique.
Uruguay no es ajeno al fenómeno
que ha transformado nuestras prácticas productivas: el cambio climático. Este
fenómeno ha afectado no solo el régimen de precipitaciones, sino también las
temperaturas, alterando así los equilibrios que sustentan nuestra agricultura.
Más que un simple desafío, esta situación presenta la urgencia de encontrar
maneras efectivas de maximizar el uso del agua en nuestra producción
agropecuaria.
En Uruguay, donde la agricultura
es fundamental para nuestra economía y sustento, la dependencia del clima se
vuelve crítica. El agua, un recurso vital para el crecimiento de nuestros cultivos,
proviene en gran parte de las lluvias. Sin embargo, los cambios en estos
patrones hacen que el riego se vuelva imprescindible, especialmente en
temporadas donde el agua escasea, un fenómeno que ha sido palpable en las
últimas zafras.
Conscientes de esta realidad es
necesario adoptar nuevas prácticas de riego que permitan reducir la cantidad de
agua utilizada sin sacrificar la producción ni la calidad de los cultivos. Al
observar cómo las plantas se adaptan al déficit hídrico, nos damos cuenta de
que mantener un equilibrio hídrico adecuado es crucial. Estudios han demostrado
que el uso de agua puede optimizarse si se ajusta la cantidad de riego en
diferentes etapas de crecimiento de las plantas. Al aplicar aproximadamente un
50% a 75% de las necesidades hídricas calculadas, se logra mantener los
cultivos saludables y productivos.
La ecofisiología de las plantas,
es decir, cómo responden a condiciones ambientales como el agua, se ha vuelto
parte fundamental de mis estudios. Investigaciones que se han realizado sobre
olivos en Argentina muestran que el estrés hídrico puede generar mecanismos de
adaptación que, si se manejan adecuadamente, pueden resultar en un ahorro
significativo de agua. Por ejemplo, aplicando riego deficitario controlado en
momentos estratégicos del ciclo de producción, mostró que no solo se mantiene
la calidad de la fruta, sino que también se optimiza la cantidad de aceite en
aquellos cultivos donde es relevante.
Además, la aplicación de
tecnologías adecuadas, como el riego presurizado y el riego por goteo, es fundamental
como medida de manejo. Es sorprendente notar cómo la elección correcta del
método de riego no solo mejora el uso del agua, sino que también se traduce en
incrementos en la producción, ahorros en agua y en dinero. Al diversificar las
técnicas y adaptarlas a las características de cada parcela, se puede ver que
el rendimiento de los cultivos, como por ejemplo el nogal y otros frutales, ha
aumentado sin depender exclusivamente de las lluvias.
En esta nueva era, la
colaboración con investigadores y agrónomos es más esencial que nunca. El
trabajo conjunto con los institutos de investigación, la academia y otros
especialistas ha sido clave para comprender los efectos del riego y la gestión
del agua. Estoy convencido de que, con la ciencia y la innovación, somos
capaces de enfrentar los retos que presenta el clima al campo.
El riego no sólo es una práctica;
es una responsabilidad que debemos tomar con seriedad. Aprovechar el agua de
manera eficiente no solo asegura el futuro de nuestras cosechas, sino que
también contribuye a la sostenibilidad de nuestro entorno. La capacitación y el
conocimiento son armas poderosas en esta lucha por un uso consciente del agua.
En Uruguay, estamos ante la
necesidad de adoptar un enfoque más proactivo en la gestión del agua. Optimizar
su uso no solo es una cuestión de rendimiento agrícola, sino un imperativo para
la sostenibilidad de nuestro medio ambiente y nuestra gente. Si continuamos
innovando y aprendiendo, estoy seguro de que podremos construir un futuro
agrícola resiliente y productivo. Cada gota cuenta, y en nuestras manos está
lograr que cada una de ellas sea utilizada de la mejor manera posible.
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