Por Ing. Agr. Leonardo Vique
En mi experiencia académica y profesional en el sector agrícola, he llegado
a entender profundamente la relevancia de mantener nuestros suelos cubiertos
con pasturas y cultivos de cobertura, especialmente en años secos. En un país
cuya economía depende en gran medida de la producción agropecuaria, garantizar
la salud y la sostenibilidad de nuestros suelos es una tarea que no podemos
tomar a la ligera.
Uno de los beneficios más significativos de tener una cobertura continua en el suelo es la conservación de la humedad. Las pasturas y cultivos de cobertura actúan como un escudo que protege el suelo del sol directo, reduciendo la evaporación. He visto en múltiples ocasiones cómo, en años de escasez de lluvias, los suelos cubiertos conservan mejor su humedad, lo que se traduce en una mayor resiliencia para los cultivos que siguen en crecimiento.
Otro aspecto crucial que resalto es el aumento de la infiltración. Las
raíces de las plantas, al penetrar en el suelo, mejoran su estructura, lo que
facilita la absorción y retención de agua. En las chacras donde los suelos
permanecen cubiertos, he observado notables mejoras en la capacidad de los
suelos para captar agua, lo que es vital durante períodos de sequía.
Además, la salud del suelo se ve beneficiada de manera significativa por la
acumulación de materia orgánica proveniente de las raíces y restos de plantas
en descomposición. Esta materia enriquece el suelo, mejorando su fertilidad y
aumentando la capacidad de retención de agua. Con un suelo sano, las plantas
tienen más probabilidades de prosperar, incluso en condiciones adversas.
La estabilidad de la estructura del suelo es otro punto crítico. La
actividad biológica que generan las raíces y los microorganismos asociados
contribuyen a mantener una buena estructura, la cual es fundamental para la
infiltración y retención del agua. Durante mis años de trabajo, he aprendido
que un suelo bien estructurado es resiliente y menos susceptible a la erosión,
un fenómeno cada vez más preocupante en nuestra región.
El control de malezas es un desafío perpetuo en la agricultura, y los
cultivos de cobertura juegan un papel fundamental en este aspecto. En años
secos, las malezas suelen proliferar cuando hay menos competencia por los
recursos hídricos. Sin embargo, cuando hay cultivos de cobertura, he notado que
estos pueden competir eficazmente, reduciendo la necesidad de herbicidas y
benefician la salud del ecosistema agrícola.
Desde una perspectiva más amplia, una cobertura continua en nuestros suelos
proporciona un hábitat para una diversidad de organismos beneficiosos. Estos
organismos del suelo contribuyen no solo a la salud y fertilidad del suelo,
sino también al ciclo de nutrientes al descomponer la materia orgánica y
reciclar nutrientes esenciales para futuros cultivos.
Los beneficios que se obtienen al mantener los suelos cubiertos son
evidentes en la producción agrícola y en el establecimiento de cultivos. Una
buena conservación de la humedad y una mejor estructura del suelo permiten que
incluso en condiciones de sequía, los cultivos puedan crecer de manera
sostenida. Esto representa una clara ventaja competitiva para los productores que
buscan optimizar sus rendimientos. Finalmente, no puedo dejar de mencionar el
aspecto económico. Al mantener un suelo saludable y controlar las malezas de
forma natural, se pueden reducir significativamente los costos relacionados con
el uso de herbicidas y fertilizantes. Esto no solo beneficia el bolsillo del
productor, sino que también contribuye a prácticas agrícolas más sostenibles y
responsables.
La implementación de estrategias que favorezcan la cobertura del suelo es,
en mi opinión, una prioridad urgente para Uruguay. Frente a un futuro donde la
sequía podría convertirse en un desafío más común, asegurar la salud de
nuestros suelos es una inversión en la sostenibilidad de nuestra agricultura y
en la salud de nuestro medio ambiente. La adopción de estas prácticas es una
cuestión de responsabilidad y visión hacia un futuro más resiliente.
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